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“ALABAU”
En septiembre de 2021 se edita el volumen “ALABAU” libro que recoge toda la trayectoria de Cristina desde sus inicios hasta mediados de 2021.
Un proyecto largamente acariciado que por fin se hace realidad.
Editado por: LaimprentaCG
Escritos
Amparo Lledó Morell
Licenciada en Historia del Arte
Actualmente nuestra sociedad parece vivir inmersa en un bucle de presente infinito. Las tecnologías, la omnipresente conectividad, nos hacen vivir la realidad como un ávido “fast food” de apetito insaciable. En medio de esa vorágine, la posibilidad de refugiarnos en la obra de Cristina Alabau resulta un completo regalo de equilibrio y reflexión. Que alguien con una carrera tan sólida y prolongada, se atreva a echar la vista atrás no resulta frecuente. Remueve la cotidianeidad de estos tiempos complejos, pero también vitaliza experiencias y esperanzas traspapeladas.
Cristina evidencia valentía al afrontar ese redescubrimiento y generosidad por permitirnos compartir su viaje.
Treinta y cinco años de recorrido artístico que nos muestran desde sus primeros pasos a los últimos trabajos alumbrados durante el confinamiento. Las diferentes épocas se van vertebrando dejándonos participar de una rica aventura introspectiva. Década a década nos adentramos en su proceso creativo, en las enseñanzas, en las influencias, en esa íntima soledad del taller que tamiza todo.
Emociona la juventud de la estudiante de las primeras páginas, esos ojos enormes dispuestos a absorber, a imbuirse, a reconocerse como pintora, ese rumbo iniciático que no ha de abandonarla. La imagino en esa época de los descubrimientos, percibiendo cercanía en unos maestros que iban a ayudarla a dibujar el futuro.
Su estilo se define muy tempranamente, después vendrá una fidelidad arrolladora, una perseverancia sosegada, un ritmo pausado, sus cuadros de una aparente simplicidad monacal, transmiten una serenidad que invita al ulterior descubrimiento.
Alabau reduce la naturaleza primigenia, la condensa con fuerza incontestable y la deposita ante nuestra mirada con una elegancia profundamente meditada. La abstracción se convierte en su herramienta. Decía Klee que “La naturaleza puede darse el lujo de ser prodigio en todo, pero el artista debe ser frugal hasta el último detalle” Cristina acata esa indicación, esa reducción, con la seguridad intransferible de que ese es el camino.
La vida transcurre y la maestría crece con ella, certámenes, logros, exposiciones, viajes y conocimientos, van dando paso a una pintora sobria y reposada que sigue creando refugios sucesivos para nuestras incertidumbres.
La plenitud recoge trabajos sugerentes, llenos de una profunda evolución intelectual. Esa honda reflexión esquiva cualquier elemento pasajero, son cuadros acogedores, líricos en su sencillez, depurados de todo posible ornamento.
Ese trabajo evolutivo la lleva a buscar otros lenguajes, soportes nuevos donde trasladar su íntima abstracción. Las esculturas en cristal de Murano resultarán un desafío estratégico e intelectual que resolverá con solvencia, resultando enormemente atractivas y tremendamente táctiles.
La sensación que nos proyecta Alabau desde la madurez actual es la de una carrera plena donde su talento ha sido canalizado, y potenciado. Una existencia enriquecida por la pintura que la ha anclado, aportándole una firme sensación de certeza definitiva.
Un mundo interior rico y autosuficiente que últimamente la lleva a conjugar sus reflexiones con novedosas gamas cromáticas.
Giros de patrón que anuncian caminos por llegar.
Queda mucho todavía, pero hasta hoy Alabau nos ha acogido plácidamente en esa intimidad donde la figuración no tiene cabida y ha conseguido que nos sintamos cómodos, seguros, casi como en casa.
Cristina sonríe desde las fotografías con una fuerza tenue que vence en la mirada.
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Marisa Giménez Soler
Licenciada en Historia del Arte
Abstracción y equilibrio. La búsqueda constante.
Es 29 de enero, la tarde es oscura y ventosa en Valencia. En el barrio de Ruzafa, llego a un callejón sin salida que reconozco, me detengo buscando el número del portal, y antes de verlo, una luz tenue a través de una ventana me hace sentir que ya estoy.
Mientras subo por la pequeña escalera de acceso noto cómo el frío va quedando atrás. La calidez, la calma, te invade de golpe cuando entras en el estudio, en el refugio, donde Cristina Alabau trabaja desde hace más de tres décadas. Todo allí parece pararse en el tiempo; el aire molesto del exterior -cuyo murmullo hace olvidar ahora una música suave-, las urgencias, las prisas.
Es un espacio acogedor, de altos techos de madera y cubierta a dos aguas. Ella transmite también esa sensación plácida, que invita a compartir un momento de charla sosegada aunque su ritmo de trabajo sea estos días acelerado, ya que se encuentra inmersa en plena vorágine productiva (dentro de un mes presenta su último trabajo en Art Madrid, una feria internacional donde acude con la Galería Alba Cabrera)
Observar así su obra, detenerte en los nuevos trabajos y adivinar antiguas series que se asoman apoyadas unas sobre otras en las paredes es también admirar un ejercicio de coherencia y perseverancia, un estilo defendido y reafirmado a lo largo de su extensa trayectoria que comenzó a mediados de los ochenta y que hoy sigue consolidando exposición a exposición.
Sus cuadros elegantes, poéticos y sugerentes, encierran íntimas iconografías, enigmáticas formas que son ya reconocibles en su pintura y que definen universos propios, intransferibles, construidos con elementos simbólicos que nunca abandona y que dispone a través de resortes intuitivos.
Figuras esenciales, sutiles, que el color refuerza y que parecen latir bajo una musicalidad que se percibe cercana. Alabau une a su sensibilidad, a su gusto por lo bello, sus férreas referencias intelectuales. Admiradora y estudiosa de Paul Klee y Vassily Kandinsky, se reconoce tocada por el influjo que alentó a los maestros en el camino hacia la abstracción geométrica y su imaginación vuela lejos, surcando los mismos cielos.
Cuando el sentimiento y el deseo marcan el objetivo, cuando la búsqueda del equilibrio supera fisuras, aúna energías, esquiva lo superfluo, prioriza la luz ante el tenebrismo y esquiva recovecos imposibles, el proceso lleva implícito el pausado ejercicio de distinguir y valorar lo esencial, lo que prevalece. Las figuras que aparecen en sus grandes lienzos, casi siempre cuadrados, de fondos limpios y claros, obedecen a tres conceptos que se repiten de manera hipnótica una y otra vez; el hombre, la naturaleza y el tiempo.
Al hombre, situado en el centro de la composición, siempre lo representan formas geométricas de tonos cálidos: rojos, anaranjados… que remiten al color de la sangre, del cuerpo, de la piel. En algunos de sus cuadros, la pintura acrílica aparece rayada, arañada, creando texturas llenas de experiencia, de vida. La noción de naturaleza se cuela en sus obras a través del verde, el gris… pero también lo hace de la mano de fotografías o de elementos orgánicos sacados del paisaje; fósiles, musgos, hongos, líquenes, flores… que durante el proceso creativo se revisten de cera, papel o capas de resina. Las formas blancas, a veces casi transparentes, son espacios que irradian luz, fulgor y que contagian, unen y difuminan las otras figuras que parecen dejar estelas, áureas que insinúan leves movimientos, etéreos balanceos.
La gestualidad manda, impulsada por la repetición de esquemas en una constante búsqueda de matices y ritmos para sublimar escenarios y plasmar visiones de vida. A veces la representación se expande, parece dispersarse, pero la artista de nuevo la envuelve, encaja las piezas que une con líneas casi imperceptibles, y regresa al todo. Y en ese todo huye de estridencias, lima aristas, oculta evidencias y se acerca a la forma “redonda” de la vida porque es así como Cristina Alabau visualiza la existencia, al igual que Van Gogh “La vida es probablemente redonda” o que el poeta francés Joë Bousquet que recitaba “Le han dicho que la vida es hermosa. No, la vida es redonda”.
Las teorías de Gaston Bachelard, filósofo y amante de las ciencias, son otras de las influencias que han marcado su discurso. En su libro “La poética del espacio”, el autor se refiere también a esta idea, escribiendo que “lo que se aísla, se redondea, adquiere la figura del ser que se concentra sobre sí mismo” y remite al lector a los poemas franceses de Rilke.
En la acuarela, sus formas se hacen más ágiles, se desdibujan y superponen; el papel, los trazos, la plumilla… plasman perspectivas fluidas y libres. Aunque ella se define como pintora, la escultura se ha convertido en compañera de viaje y aliada en sus últimas exposiciones. Tras una estancia en Italia, encontró en el cristal de Murano el material perfecto para desarrollar las piezas soñadas durante años. Blancas, translúcidas y frágiles, contienen colores y materiales en su esencia que parecen reivindicar la importancia de lo sutil.
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Román de la Calle
Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos
Viajes entre la pintura y la escultura
– I –
La verdad es que , como estudioso del arte contemporáneo valenciano, instalado a caballo entre la crítica de arte y la investigación estética, he podido seguir el desarrollo de la trayectoria artística de Cristina Alabau muy de cerca , desde hace más de dos décadas.
Ya entonces me interesaban claramente aquellos valores emergentes que, a mediados de la década de los ochenta, marcaron territorio y aportaron diferentes entusiasmos al panorama pictórico valenciano. De hecho, sabían lo que querían.
No es que llegaran tímidamente a su nuevo escenario vital, tras la finalización de sus estudios en la Facultad de Bellas Artes. Más bien, hay que reconocer que irrumpieron en aquella coyuntura histórica como si exigieran sus derechos y estuviesen plenamente convencidos de sus respectivas valías.
En realidad, aquella generación de jóvenes artistas poco tenía ya que ver con las anteriores promociones, contextualizadas bien en las comprometidas tensiones del franquismo o bien en las comunes expectativas de la transición política. Estas otras generaciones, las del segundo tramo de la década de los ochenta, procedían ya de una situación histórica diferente y llegaban con un bagaje distinto, tanto en formación como en información.
Sabían observar estimativamente y deseaban mirar hacia el horizonte internacional con soltura; manejaban la historia del arte sin tapujos; se sentían nómadas y libres en sus preferencias estilísticas y en sus experiencias combinatorias. Releían, pintaban y reflexionaban sobre el hecho pictórico en simultaneidad y estaban dispuestas a echarle un pulso optimista al mercado artístico, que por aquel entonces apostaba con fuerza y hasta diríase que con cierta temeridad de cara al futuro.
Pronto saltaron resolutivamente a los brazos de las galerías valencianas y también intentaron hacer lo propio con las nacionales.
Procuraron acercarse asimismo, con aires de seducción, a las opciones institucionales del momento, que todavía no eran muchas, ciertamente, mientras arriesgaban, en paralelo, sus primeras muestras en el exterior y ya soñaban igualmente con su presencia en las ferias más destacadas, que iban consolidándose, a marchas agigantadas.
Fue así, en la directa exposición pública de sus obras, en su optimista dedicación profesional, como conocí a Cristina Alabau y redacté mis primeros textos sobre su trabajo, bien en la prensa local, comentando sus muestras, o bien en algún que otro catálogo, vinculado a la petición previa de algunas galerías.
En esta línea de intenso trabajo , supo estratégicamente Cristina Alabau mostrar , de forma oportuna , sus obras en el entonces activo Colegio de Arquitectos (1.985) , en el esforzado Círculo de bellas Artes (1.987) o en el ya consolidado Museo de la Ciudad (1.991). Todas esta exposiciones citadas tuvieron lugar en Valencia, como deseando marcar su zona de influencia, a la vez que hábilmente saltaba a diferencias ferias de arte contemporáneo, de reconocido calado, como fueron ARCO (1.987), ART COLOGNE (1.987), BASEL 81.988), FRANKFURT (1.989) o FIAC (1.992).
Discretamente se vinculó además a determinadas galerías valencianas : Galería Paral.lel 39 (1.986) y Galería Punto 1.993, a la vez que sondeaba a otras, que entonces iniciaban también su andadura en esta ciudad, aunque quizás con limitada fortuna en el mercado de la época : Galería La Ventana (1.989) o Galería 6 de Febrero (1.992). Aunque sin olvidar por ello, en lo más mínimo ni nunca, sus apetencias internacionales : Galería Redies (Düsseldorf – 1.988), Galería Adriana Schmidt (Stuttgart – 1.994), Galería Goyabi (Japón – 1.996) o Galería Crillon (Tokio -Japón – 1.996) . Tampoco relegaba , sus contactos nacionales : Galería El Coleccionista (Madrid – 1.993) o Galería LLuch Fluxá ( Palma de Mallorca – 1.995).
Sin duda, podríamos afirmar que Cristina Alabau sabía lo que deseaba, ya entonces, para sus opciones futuras.
Con todo lo indicado, en brevedad, deseo subrayar, a modo de ejemplo personalizado, como aquella generación de artistas, que irrumpe en el ecuador de los ochenta en el escenario expositivo valenciano, importaba aires de una nueva “normalidad”, contaba numéricamente entre sus filas tantas mujeres como hombres y, por supuesto, se comportaban con idéntica entrega y dedicación.
Se presentaban como plenamente capaces de responder profesionalmente, en simultaneidad, al hecho pictórico y también a la gestión relacional y mercantil que se imponía, sin discusión, en su entorno.
Pero además, no será superfluo apuntar, que en determinados casos, muchos de esos pintores y pintoras no abandonaron tampoco la investigación propia del Tercer Ciclo, en la Universidad, lo cual aportaba complementariamente una cierta solidez reflexiva y técnica a sus respectivos itinerarios. Es más, algunos miembros de esta generación optaron por vincularse a la docencia (universitaria o no) como dedicación personal, mientras otros muchos se consagraron exclusivamente a la práctica de la pintura y a su aportación decidida al mercado.
Cristina Alabau, buena lectora ( Lo recuerdo bien) tenía una curiosa propensión espontánea a reflexionar sobre el quehacer pictórico y , como fruto, no azaroso, de este decantamiento teórico e histórico, desde el Departamento de filosofía, dirigí su Memoria de Licenciatura, leída en la universidad Politécnica (Septiembre 1.988) , titulada “ Paul Klee y la Bauhaus”. Le interesaban especialmente las relaciones interdisciplinares de la pintura y el mundo de la abstracción, con sus recursos y capacidades comunicativas. Bucear en la historia reciente del arte contemporáneo se sobre las tensiones compositivas propiciadas, matizando los niveles de abstracción y determinando, con sobriedad y sin excesos, las armonías cromáticas siempre muy sometidas a estudio.
También estas derivas comentadas al hilo de su biografía, relativas a la historia de la pintura o a la reflexión teórica, ejercidas sobre determinados supuestos estéticos, hay que subrayarlas – mutatis mutandis – e incluso generalizarlas con cierta relatividad quizás, al referirnos a esta generación, que utilizó versátilmente tales conocimientos, como refuerzo de su quehacer artístico y como fundamento de su formación. Supieron atender estratégicamente a la lectura acelerada de las revistas, que caían en sus manos, y a las publicaciones especializadas internacionales, que gracias a museos , librerías y viajes, abundaron sobremanera en aquel contexto.
– II –
De hecho, el mundo plástico de Cristina Alabau se nutrió directamente de sus apasionadas observaciones sobre los trabajos de determinados pintores de vanguardia. Klee y Kandinsky de forma inmediata. Pero también del contexto de Joan Miró y su especial sensibilidad.
Supo releer todas estas lecciones históricas, a través de sus acrílicos, oleos, collages o monotipos. Sus pinturas hablaban, ante todo, de la pintura en asociaciones cruzadas. Pero lo hacían de forma reductivamente sencilla, incorporando materiales que le enganchaban experimentalmente, como eran el polvo de mármol y los papeles de seda, en sus sutiles técnicas mixtas, en sus encáusticas y pergaminos sobre tabla o en su particular organicismo, de formas casi evanescentes y flotantes, o en el juego de figuras geométricas que se atravesaban mutuamente, generando y definiendo cromatismos sutiles, destacados sobre no menos cuidados fondos.
Aunque no me gusta lanzar impremeditadamente, sin más, redes/discursos clasificatorios sobre el “continuum” de ninguna trayectoria artística, bien es cierto que, de alguna manera, debemos referirnos a las distintas vertientes de la producción pictórica de Cristina Alabau. Por eso propongo, en sus trabajos iniciales de la década de los 80, reconocer una especie de organicismo plural y reiterado, formas abstractas flotantes, composiciones indeterminadas, en las que los juegos de figura/fondo asumían una relevancia especial, sutiles siempre entre transparencias y homogéneos cromatismos.
Paulatinamente aquellas formas de sugerencias naturales, iban adscribiéndose a enigmáticos mundos abisales, adscribibles a misteriosas faunas piscícolas o a fosilizados elementos, extraídos de fantásticas narraciones, fragmentadas en primeros planos. A menudo pensé que los incesantes guiños a los orígenes marinos de la vida no eran ajenos a tales aventuras pictóricas. Pero siempre la sombra/el enigma de la naturaleza parecía estar presente.
Estructuras vegetales, fragmentos de coral, líquenes o cortezas, amebas o extrañas conformaciones orgánicas. Todo era casi un preanuncio de lo que luego siempre sería su secreto leit motiv : El cultivo de naturalezas abstractas, de relaciones abstractas, de universos abstractos.
¿Fue la observación de la naturaleza y su secreta voluntad de esquematización y potencialidad abstractiva lo que condujo a Cristina Alabau a la pintura o fue el estudio de la pintura de determinados artistas lo que hizo que ella misma descubriera la fuerza de las formas abstractas orgánicas, llenas de vida propia ?.
Así se animaron sus primeros pasos en el mercado , entre sutileza e imaginación, juegos geométricos y apuntamientos orgánicos, sobriedad y riqueza perceptiva, incrementada con el aporte de los materiales, las gamas de color controladas y el protagonismo de la composición centralizada emergente sobre los fondos.
Aquel fue su primer lenguaje, que con la entrada en la década siguiente se transforma decididamente en una etapa de estricta iniciación, a la que sustituyen otros planteamientos, a partir de una profunda revisión de sus opciones plásticas. Sin duda, los años noventa supusieron, para cristina Alabau un fuerte salto cualitativo y una intensa reformulación de sus búsquedas.
Me arriesgaría a interpretar aquellos años suyos de aventura inquisitiva sobre la propia pintura, haciéndolos coincidir – no en vano ni gratuitamente – con sus estudios y lecturas más constantes sobre Klee y Kandinsky. ¿ Podría afirmar, sin forzar los planteamientos ni tergiversar la historia, que del principio del “ut pictura poesis”, salta Cristina Alabau al principio del “ut musice pintura” ? ¿Qué pretendo sugerir realmente, al referirme – con esta hipótesis del tránsito – a su singular y estudiada abstracción ?
Recuerdo – tras la lectura de su Trabajo de Investigación de Tercer Ciclo – su decidida entrega a seguir quemando etapas hacia el doctorado. Fue entonces cuando el estudio de las relaciones entre los elementos plásticos en el espacio pictórico y su capacidad de sugerencias referenciales y simbólicas, contrastando los posibles diálogos – de base – entre pintura y poeticidad, pasa a preocuparse plenamente por las conexiones entre música y pintura.
Preocupación ésta que la impacta durante un determinado periodo, con lecturas intensas, traducciones y borradores de trabajo.
Pasa así de Klee a Kandinsky y de éste hacia los tratamientos de los campos de color? Esa fue ciertamente la impresión que me quedó entonces, como director de su proyecto de investigación universitaria, que quedó luego aparcada, tras su efervescente entrega , por completo, a la práctica de la pintura.
Creo además que esa relación entre experiencias pictóricas y fundamentaciones teóricas, al hilo del conocimiento de los escritos de estos autores, es lo que básicamente determinó una radical vuelta de tuerca y de orientación en su quehacer artístico de esta década. Replanteamiento que perdurará – en una similar orientación estilística ya – en los tres lustros siguientes , hasta llegar practicamente a la segunda mitad de la primera década del siglo XXI, que coincide con la actual exposición en el Atrio de los Bambús del Palau de la Música de valencia, que – a mi modo de entender – abre un nuevo nivel de diferenciados planteamientos, que intentaremos debidamente comentar.
Pero volvamos históricamente al salto de los primeros años noventa, cuando redefine su lenguaje pictórico. Un nuevo repertorio de formas, una gramática de signos diferente y una sintaxis estructural y compositiva, que le es característica, se impondrá básicamente, desde entonces, en sus muestras. Es el periodo de su eficaz vinculación con la Galería Punto, desde 1.993 y sus salidas habituales a ferias internacionales, citas a las que no ha podido faltar en estas dos últimas décadas ( ARCO, MIAMI, FIAC, ART COLOGNE, CHICAGO ART o LINEART Gante).
También ha escalonado sus periódicas participaciones en muestras individuales , tanto a nivel internacional – Galería Ando Tokio (1.996), Galería Michael Schultz, Berlín(1.999) – como nacional – Galería El Coleccionista, Madrid (1.997), Espais, Centre dÄrt Contemporani, Girona(1.998) o Galería Pilar Mulet, Madrid(2.000) – o en Valencia (Galería Punto (1.993,1.995, 1.998, 2.000 y 2.003), Plau de la Música (2.005) y Galería Color Elefante (2.008).
No creo equivocarme si conecto esta larga etapa de su producción con una sosegada reflexión suya sobre el espacio pictórico como espacio plástico, así como también con un replanteamiento de su propio mundo interior, que tenderá a expresarse sistemáticamente, gracias al diálogo entre las estructuras compositivas y los elementos pictóricos en ellas enfatizados: formas geométricas, regulaciones cromáticas y juegos de texturas.
Fueron sobre todo técnicas mixtas, con superposiciones y delicados enriquecimientos del propio espacio, a base de capas, transparencias y formas interconectadas. Pero, sobre todo, destacan las relaciones establecidas, las asociaciones visuales facilitadas, las tensiones predeterminadas y el triunfo de una discreta geometría, elevada a protagonista, que habita y domina, por completo, la espacialidad de la superficie de la pintura.
Hay en toda esta etapa, de dos décadas, un intenso aire de familia en su producción. Por un lado, hay que destacar la presencia constante de una delicada poeticidad visual, que se fundamenta en el recurso a los cromatismos sutilmente fríos y en las formas puntualmente dibujadas, pero también cabe subrayar el dominio de una musicalidad de ritmos y estructuras, ya que solo las relaciones y sus contrastes es lo que potencia y enriquece el destacado juego de abstracciones. Abstracciones racionales, nacidas del cálculo relacional y abstracciones emotivas, enraizadas en la sensibilidad perceptiva que promueve la contemplación de la obra.
Tampoco quiero dejar al margen las conexiones que establece ella misma entre las imágenes y las palabras, es decir, entre los títulos de los cuadros y sus composiciones, entre su mundo pictórico y el ámbito de su intimidad. No se trata sólo de una posible interpretación producida/estimulada por el sujeto de la recepción de la obra. Más bien se arbitra, tal contrastación entre imágenes y textos, como fundamento inicial de la reflexión creativa que acompaña a los procesos de su producción pictórica.
Títulos que giran en torno a tratamiento del espacio, en conexión con diferentes sugerencias, relativas a los elementos básicos de la naturaleza ( aire, fuego, agua o tierra) y a la acción humana.
Entre documentos de la segunda mitad de los noventa, he encontrado, colocadas a modo de fronstipicio de sus apuntes dos frases de Paul Klee, que, sin duda alguna, ella misma admitiría como hilos conductores de sus motivaciones reflexivas: “ Para el artista, el diálogo con la naturaleza constituye una conditio sine qua non”. “El artista es un ser humano y él mismo es naturaleza y una parte de la naturaleza en el espacio natural”.
Espacio, hombre y naturaleza conforman, para los planteamientos artísticos de Cristina Alabau, en esa época, una trilogía fundamental , que incluso será asumida como titulación de alguna de sus series pictóricas.
Es esa asociación entre tales conceptos genéricos lo que da de sí un pensamiento irradiante, lo que genera una cartografía mental de fuerte impacto, que definirá el universo de sus creaciones, siempre equilibradas y en total sosiego, a partir de la depuración de su lenguaje de formas y de relaciones muy calculadas. Sin duda, la categoría clásica del “decorum”, en su sentido estético encontraría aquí su propio ámbito operativo.
– III –
Estaba claro que, para ella, sus cuadros no eran sino escenarios de representación de formas/personajes abstractos.
Paulatinamente texturas y grafismos fueron haciendo también acto de presencia, para mejor caracterizar algunas de aquellas partes compositivas, diferenciadas ya a partir de la geometría y del color.
¿Podríamos interpretarlas como lecturas pictóricas de un secreto orden natural, como las huellas de la naturaleza atrapadas sistemáticamente en formas abstractas, como concentración máxima de ideas e imágenes? ¿Equilibrios, quizás, entre ambos hemisferios cerebrales sobre el lienzo?
Creo que era y es esa la obsesión de Cristina Alabau: sorprender a la naturaleza en su existencia, reducirla a puras relaciones, despojándola de cualquier retazo de realidad inmediata, reelaborarla plásticamente, de nuevo, y abandonarla delicadamente en el eje del espacio pictórico resultante.
Durante estas décadas, más de una vez, al observar sus cuadros me esforzaba por fingir mentalmente el esquema previo de sus composiciones, adivinando el dibujo generador – oculto, enmascarado en el interior – de la composición pictórica, como si siguiera “dentro”, más allá de las inmediatas impresiones sensibles iniciales, de la experiencia estética resultante.
Esa especie de juego, de buscar “dentro” del cuadro bocetos y figuras, diferenciando niveles y formas emergentes, forzando a descubrir formas abstractas puras , flotantes en el espacio de la representación, ha dejado de ser sólo una tentación ideal de un espectador extraño y extrañado.
Cuando Cristina Navarro Alabau me invitó, hace tan sólo unas fechas, a volver a usar la palabra para hablar de sus imágenes más recientes, fechadas ya a finales de la primera década del nuevo siglo, me quedé sorprendido: ella misma, en sus acuarelas y óleos, parecía jugar precisamente a repristinar las formas dibujadas en el seno de sus cuadros y destacarlas con mucha más intensidad.
Era como una secreta coincidencia entre mis lecturas (que nunca antes había comentado a nadie) y sus nuevas realizaciones.
Pero sobre todo, me quedé impactado al ver sus Esculturas de Murano del 2.009. La visión deformante de sus trabajos bidimensionales, como volúmenes habitados internamente por formas flotantes y móviles, que tantas veces había activado – frente a dos cuadros de Cristina Alabau, que cuelgan en mi estudio desde hace años – se había convertido en realidad, a través de estas primeras esculturas.
El salto a la escultura, con el siempre difícil dominio de la técnica del recurso al cristal de Murano, abre un nuevo salto en su quehacer artístico, que sin duda alguna, como un boomerang, influirá en su propia producción pictórica.
Aquella equilibrada regularidad de sus composiciones salta por los aires, al inserirse en el seno de las esculturas, dotadas de sus propias normas de comportamiento y sus tendencias resistentes.
Esa es la nueva lucha que ha iniciado. Tiene que someterse a las leyes de la nueva materia para mejor poder, luego, dominarla y amarla.
Pero esa es ya otra cuestión, una primera línea enigmática que inica otra diversa y singular aventura, de cara al futuro, en estos viajes entre la pintura y la escultura, ahora iniciados.
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Garnería
Se dice que la imagen geométrica no solo es un producto de la matemática, sino también una invención de la estética, una expresión de la sensibilidad. Así parece que lo entiende y practica Cristina Alabau, y en ello se ha afirmado; como forjadora de una abstracción lírica en que ha ido por libre, en parte, aunque también por otra inducida por entusiasmos primigenios –admiración por Rothko y Tapies, cuando no pasión por Klee- buscando la expresión de su mundo interior, incluso su cosmogonía intima, emociones y sentimientos.
En principio, quisiera matizar que, bien mirado, si hasta se podría hablar de cierto lirismo manifiesto, Alabau no se aproxima a la expresión de otros jóvenes abstractos de triunfo temprano, que se ve han sucumbido a la tentación de lo decorativo; pues, en la base de sus cuadros, en su raíz, subyace una necesidad de exteriorización, un ansia de pureza, de afianzamiento de un espacio.
Se planteó el salto a la abstracción o digamos que más bien le vino rodado por mor de una intuición tan sutil como contundente; logrando definir de un modo claro y feliz su territorio. Un territorio en el que, como ya se percibía en sus trabajos anteriores, conviven poética, orden, fulgor y rigor. Ahora, de acuerdo a un sistema compositivo aparentemente elemental, Cristina Alabau propone una meditación abstracta esencial, obras en las que, precisamente, la composición desempeña una función clave.
Siguiendo la evolución –por otro lado coherente- de la trayectoria de Alabau nos percatamos de que la disposición, la distribución de volúmenes sobre la superficie del cuadro, ha constituido inexcusablemente su parámetro más versátil aunque manteniéndose siempre dentro de las coordenadas de sus postulados fundamentales y con pocas estridentes fluctuaciones temáticas y cromáticas.
Así, desde sus primeras propuestas -un original repertorio de formas animales o los momentos de actividad pictórica matérica, por ejemplarizar- en que valoraba la casi totalidad de la superficie disponible, sin llegar al “horror vacui” pero si mostrando un ansia de contarlo todo a la vez de todas la formas posibles, comenzó a ceder mayor clarificación y perdida de densidad en el fondo y maneras de narración; a tiempo de evidenciar una progresiva complejidad reflexiva, una plausible capacidad de síntesis en la expresión y sobre todo , querencia y destreza para alcanzar el optimo nivel de abstracción deseado.
Desde una templada economía de los elementos que acentúan, curiosamente, la intensidad, esta joven y precoz pintora valenciana, logra una interesante tensión compositiva: dispone, interrelaciona, matiza y , además, comunica, trasmite una dinámica contenida, en la que la mirada es retenida y se abisma en esa superficie donde fuerza espacios, formas y escalas, comprometiendo al espectador más allá de la distancia impuesta por la mirada.
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Román de la Calle
Catedrático de Estética y teoría del Arte Universidad de Valencia
Reflexiones pictóricas sobre la naturaleza del arte
– I –
Sin duda, la práctica de la pintura conlleva una buena dosis de autoreflexión. Y ese mismo cuestionamiento, del que parte la propia pintura, a menudo parece querer aflorar entre la ambigüedad de las imágenes, necesitando, de hecho, convertirse en palabras.
Quizás por ese específico motivo, cada vez más, la percepción de una obra de arte comporta también una dimensión lingüística, como si, en realidad, la experiencia perceptiva no acabase del todo hasta quedar plenamente fijada en el lenguaje. Fijada para ser retenida, pero también para poder ser mínimamente trasmitida.
Una vez más, las propuestas pictóricas de Cristina Alabau(Valencia 1963), a pesar de su progresiva depuración, no han menguado su relativa carga escenográfica, entendida esta en el estricto sentido etimológico del término, es decir, como “construcción descriptiva de una escena”.
Unas escenas (En cuanto espacios estructurados) donde habitan determinados personajes, a su vez reducidos a escuetas formas, y donde las diferentes relaciones establecidas, entre los elementos, se transforman en juegos de líneas.
De este modo- casi estructuralmente planteado- es como descubrimos el repertorio del que parten sus estrategias pictóricas: el espacio pictórico deviene espacio de representación precisamente por el encuentro entre fondo, casi uniforme y frío de sus composiciones, y las emergentes formas abstractas, convertidas en cálidas figuras, casi en personajes carismáticos, quizás dominadores radicales de la escena o contrapuestos, a veces , dualmente, en tenso diálogo, matizado a su vez por la presencia de codificados vectores o de esquemáticos trazos, propios quizás de un movimiento potencialmente congelado.
Es un hecho evidente que las particulares abstracciones de Cristina Alabau juegan directamente a ser construcciones, pero sin afiliarse a constructivismo alguno; juegan también a potenciar las internas posibilidades de la espacialidad, pero sin por ello adscribirse al espacialismo formal; juegan asimismo enredarse, como de inmediato, en una cierta poeticidad, pero sin acercarse a la abstracción lírica. Además, optan con cautela por introducir tensores y diversas delimitaciones lineales, pero distanciándose, sin embargo, de toda drástica abstracción geométrica; optan por rentabilizar tanto las contraposiciones como las conjugaciones cromáticas, pero sin entregarse efectivamente al estricto imperativo de los campos del color; optan por incidir con total sutileza en los valores texturales, en la epidermis de las formas, pero sin otorgar mayores concesiones a una posible apoteosis de la materia.
Tales serían, a nuestro entender, los parámetros de una instantánea radiográfica, que discriminara escuetamente entre sus síntomas inmediatos y sus controladas tendencias potenciales.
Por otra parte, aunque quizás por eso mismo, el “contenido” de tales planteamientos abstractos no es sino el propio mundo interior que sugerentemente parece – más que brotar – identificarse con la forma estructural de cada composición, siempre arropada de suaves y estudiados cromatismos. Incluso, podría equivocadamente pensarse – ante las soluciones de que dota a sus obras – que porque no “representan” ni “expresan” tampoco “ significan”. Sin embrago, es en la totalidad misma de la obra y en la integridad de sus elementos donde debe rastrearse el alcance de su significado humano.
Como decíamos, sus virtuales contenidos se han de buscar no en el nivel de las declaraciones explicitadas, ni tampoco en las raíces de los pretendidos sentimientos inspiradores, sino en las mismas inflexiones del estilo y quizás hasta en los mínimos matices y en las variaciones estilísticas aparentemente más irrelevantes.
El asunto no es fácil, ciertamente, porque, sin duda, hay que saber transformar en “elocuentes” los meros valores formales, las puras cadencias estilísticas, las estrictas cualidades sensibles de cada obra. Es decir, “hacerlas hablar” e interpretarlas.
Pero ¿cómo potenciar esa singular capacidad de hacer brotar un significado humano de un simple arabesco gráfico, de una pura sutileza cromática, de una estudiada tensión estructural?
Al fin y al cabo, es ahí donde podemos encontrar el sentido íntimo de la pura forma, de los juegos espaciales, de los sutiles valores prestados a las superficies. En resumidas cuentas, también es ahí donde descubrimos el autentico “valor del estilo”.
Porque es el estilo mismo el que desde su coherencia, acaba manifestando la manera concreta en que una obra ha querido ser generada y también el modo en que quiere ser leída.
Sin duda, en el conjunto de las actuales obras de Cristina Alabau, el significado artístico no se confía a un sentimiento que halla en las composiciones su directa expresión, ni menos aún un argumento narrativo que explícitamente pueda tratarse en ellas, sino que se hace depender, de forma exclusiva, de la personal cosmovisión humana, tal como se encarna en el estilo.
Digámoslo claramente, ese mundo interior, que emerge de las obras, no es sino la espiritualidad de la propia artista, en la medida en que -como energía formante- se ha trasformado en manera de formar.
¿Podríamos afirmar, sin más, que es precisamente el estilo, en esta coyuntura, aquello que se convierte en tema , en motivo inspirador y por ello, en el interés máximo de la artista? ¿acaso también , como nos recuerda Flaubert desde el “motto” inicial del texto, lo que se transforma en manera absoluta y radicalizada de ver las cosas?
El contenido de las abstracciones cobija, cada vez más, toda la espiritualidad de la artista, convertida completamente, tal fuerza interior, en manera de formar, es decir en el significado espiritual del aspecto sensible de la obra . El estilo mismo entendido como humanidad.
– II –
Hablábamos , al principio, de la intensa depuración a la que Cristina Alabau ha venido sometiendo, a lo largo de su trayectoria artística, a sus obras. Sin duda, se ha tratado de una doble y simultánea depuración técnica y de concepto.
En realidad, desde aquella ya lejana serie dedicada a la rotunda presencia de las figuras fósiles (1985), en la que la estricta figuración referencial daba amplia cancha a los juegos texturales, matéricos y expresivos, dotando a tales composiciones de fuerte vitalidad, las cosas han cambiado, ciertamente, en las propuestas pictóricas de Cristina Alabau.
Diríase que siempre ha estado interesada y preocupada por el tema de la “belleza”, pero entendida ésta como relación. Es así como pasa a primer plano el protagonismo de las relaciones sintácticas, que se desarrollan en el espacio imaginario de cada obra, mientras que las virtuales relaciones semánticas, en ella sugeridas, quedan, como mínimo, en suspenso.
Sin embargo, aquella intensa autonomía concedida a las formas abstractas – casi inicialmente decorativas – , que vinieron a sustituir a los planteamientos pautadamente figurativos de su primer quehacer, para haberse equilibrado con el acrecentamiento de una pintura , que al menos intencionalmente propicia y postula una mayor provisión de conceptos.
De hecho, cuando con anterioridad hablábamos de sus obras como de sutiles escenografías, no lo hacíamos gratuitamente.
¿Hasta qué extremo cabe interpretar tales formas abstractas como figuraciones antropomórficas?
Por supuesto, que dicho escuetamente así, teniendo en directo, ante nuestra atenta mirada, sus esquemáticas composiciones, parece , sin duda, tratarse de una cierta “boutade “. Y, sin embargo, no es así, ni mucho menos.
¿Puede acaso evocarse la sugerente presencia de lo humano también en la abstracción? ¿Por qué sus obras recientes conllevan genéricamente la titulación Espacio-Hombre-Naturaleza , cómo si se tratara de una serie indeterminada de propuestas que compartiesen, entre sí, un cierto aire de familia?
El espacio imaginario de sus composiciones, transformado a la vez en abierto espacio de representación, como ya hemos sugerido, da cabida y presta marco al posible encuentro entre el hombre y la naturaleza.
Tras las codificaciones sintácticas se apuntan determinadas estrategias simbólicas : las figuras que pueblas sus universos interiores unas veces encarnarían, rotativamente, alguno de los cuatro elementos primigenios de la “phisis” , mientras que en otras asumirían papeles humanos, con un “ethos” particular, quizás incluso enfrentándose a los primeros.
Posiblemente sea esa, y no otra, la clave constructiva de sus composiciones, de sus particulares escenografías. El horizonte de sentido donde no solo tienen cabida las formas, las tensiones y las estructuras relacionales, sino allí donde , además, algo podría, con facilidad, camuflarse y acontecer, estrictamente cifrado, tras los signos abstractos de lo imaginario. ¿No se trata acaso de la persistente dialéctica que establece el hombre con el mundo?
Tales son los universos interiores de Cristina Alabau, materializados sensiblemente en las imágenes de sus obras, no ajenas tampoco a una cierta cosmicidad, en cuanto conformación de mundos propios y característicos y, tras esos mundos – mejor dicho en ellos – aflora el encuentro, el diálogo, la pugna o la contradicción de los elementos humanos con los elementos que encarnan la naturaleza o el mundo, que sencillamente le rodea.
Sujetos abstractos, naturalezas abstractas, relaciones abstractas. A fin de cuentas, siempre la difusa y persistente aspiración a la belleza, planteada en la encadenada emergencia de las relaciones.
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Olga Real
Miembro numerario de la A.I.C.A.
Energía, orden y sensibilidad
Se dice que la imagen geométrica no solo es un producto de la matemática, sino también una invención de la estética, una expresión de la sensibilidad. Así parece que lo entiende y practica Cristina Alabau, y en ello se ha afirmado; como forjadora de una abstracción lírica en que ha ido por libre, en parte, aunque también por otra inducida por entusiasmos primigenios –admiración por Rothko y Tapies, cuando no pasión por Klee- buscando la expresión de su mundo interior, incluso su cosmogonía íntima, emociones y sentimientos.
En principio, quisiera matizar que, bien mirado, si hasta se podría hablar de cierto lirismo manifiesto, Alabau no se aproxima a la expresión de otros jóvenes abstractos de triunfo temprano, que se ve han sucumbido a la tentación de lo decorativo; pues, en la base de sus cuadros, en su raíz, subyace una necesidad de exteriorización, un ansia de pureza, de afianzamiento de un espacio.
Se planteó el salto a la abstracción o digamos que más bien le vino rodado por mor de una intuición tan sutil como contundente; logrando definir de un modo claro y feliz su territorio. Un territorio en el que, como ya se percibía en sus trabajos anteriores, conviven poética, orden, fulgor y rigor. Ahora, de acuerdo a un sistema compositivo aparentemente elemental, Cristina Alabau propone una meditación abstracta esencial, obras en las que, precisamente, la composición desempeña una función clave.
Siguiendo la evolución –por otro lado coherente- de la trayectoria de Alabau nos percatamos, de que la disposición, la distribución de volúmenes sobre la superficie del cuadro, ha constituido inexcusablemente su parámetro más versátil aunque manteniéndose siempre dentro de las coordenadas de sus postulados fundamentales y con pocas estridentes fluctuaciones temáticas y cromáticas.
Así, desde sus primeras propuestas -un original repertorio de formas animales o los momentos de actividad pictórica matérica, por ejemplarizar- en que valoraba la casi totalidad de la superficie disponible, sin llegar al “horror vacui” pero sí mostrando un ansia de contarlo todo a la vez de todas la formas posibles, comenzó a ceder mayor clarificación y perdida de densidad en el fondo y maneras de narración; a tiempo de evidenciar una progresiva complejidad reflexiva, una plausible capacidad de síntesis en la expresión y sobre todo , querencia y destreza para alcanzar el optimo nivel de abstracción deseado.
Desde una templada economía de los elementos que acentúan, curiosamente, la intensidad, esta joven y precoz pintora valenciana, logra una interesante tensión compositiva: dispone, interrelaciona, matiza y , además, comunica, trasmite una dinámica contenida, en la que la mirada es retenida y se abisma en esa superficie donde fuerza espacios, formas y escalas, comprometiendo al espectador más allá de la distancia impuesta por la mirada.
He señalado anteriormente el factor síntesis –insisto dinámica por supuesto- definitoria de las últimas creaciones de Cristina Alabau, surgida de la confrontación entre polaridades que han marcado, en el tiempo y en el quehacer, el devenir de su pintura y que hoy aflora en una recapitulación dialéctica, asumiendo, en un proceso de lúdica concentración energética, la esencia del combate que parece haber decidido ulteriores acciones inventivas.
Pues bien, el núcleo de esta confrontación se sitúa entre la geometría y la efusión, ya victimizada, ya cuerdamente esperanzada, sabiendo a ciencia cierta, que siempre ante sus telas, alguien vislumbrará y comprenderá su intencionalidad. El hallazgo, el encuentro, tiene lugar y la artista , respirando honda y anchamente, se reafirma en sus planteamientos renovados, saborea las mieles de unos logros satisfactorios tan arduamente obtenidos; los vectores, aunque antinómicos, han confluido, arrojando un resultado de orden, energía y belleza, anhelo de contrarios, que propicia el “excogito” de valores de igual ley.
Optaría por mentar más que la alternancia de sentidos, la habilidad para ofrendar mental y perceptiblemente al espectador perspicaz el dicótomo atisbo de sus desdobladas concepciones vivíficas y creativas. Y es precisamente en las obras realizadas desde su época más consolidada donde manifiesta con claridad el aserto que apunto.
En la actualidad, Alabau ha aprendido que convivir con el arte es tiempo y sucesos. Y también certeza e inseguridad: inseguridad de lo seguro y certeza de lo dudoso. Estos sucesores paradójicos conforman ahora la entraña de sus continuas pesquisas, analizando la realidad exterior y la convivencia para obtener la conjunción de ambas y la imagen que las conjugue. De esta manera, sigue haciendo su vida a la par que la pintura, vigilando y atendiendo ambos territorios.
Atendiendo a este equilibrio, los perfiles que muestra los sitúa sobre fondos planos conseguidos a base de bandas de color superpuestas. Volúmenes –se diría bloques- cromáticos como dejados caer sobre el etéreo paraje donde resalta el cromatismo de las figuras geométricas. Si en principio fué la pura esencia, las sensaciones intactas –recordando a Malevich- el presente se manifiesta en cuanto tanteo y puesta a punto con la aseidad circundante.
Pintura bien estructurada, de contornos afiladamente precisos sobre la ubicua almohada; centrando muy bien lo que significa el pensamiento y la mirada como aislante y señalamiento, como visual de aquello que se encuentra en estado puro. Pintura intensa y a la vez contenida, de la que se desprende un aire decididamente intemporal. Que posee una extraña atmósfera bipolar, ora de quietud y silencio, ora de solapada turbulencia, hábitat inconfundible del creador solitario que sabe delimitar con lucidez felina su territorio, sin agitaciones ni torbellinos. Con apuestas así, la singularidad constituye casi un destino.
Como solitaria ha tratado y conseguido, pictóricamente, verificar su diferencia. Sin acoplarse a modas ni requerimientos ambientales, su trabajo ha ido imponiendo, en sigilo desconcertante, algo que va más allá de los esquemas. Un desafío, que no desafuero, pues las cosas desaforadas, las pompas, de los excesos calculados, pese a estar en evidencia, solo dan la medida de la mediocridad de su autor. Y no sirven de catarsis purificadora para el espectador avisado y expectante.
Y es que Cristina Alabau se ha decantado por esa otra simplicidad que nada tiene que ver con la simplicidad por defecto, incomplexa o cándida, y sí mucho con aquella proveniente de la contención voluntaria que se opone a la plétora. Precisas intervenciones con elementos dialogantes, de trabazón firme a través de hilos que hormiguean y zumban miles de voltios.
A la vez que atiende el eco interior de lo imaginario, la pintura se entrega, además, a una labor menos intimista: la de traducir sus propias percepciones y concepciones del mundo exterior a un determinado lenguaje plástico.
Y es exactamente ese lenguaje, más que la naturaleza de la propia visión, en lo que ha ido evolucionando con el tiempo. Jugando sus armas, de las que no hace ostentación, se centra ahora en los terrenos más propios de la pintura, trazo y color.
En contornada reconocible da cabida, recurre a cierto cromatismo no violento pero rotundo, compacto, a modo de remisión a la idea preconcebida, evocadora y significante en cuanto concepto y disposición mental. Suma, pues, al contorno esquemático el color, pero no como soporte del motivo, sino como algo que deviene del motivo.
Después de todo, los limites de las imágenes en el espacio de representación siguen manteniendo la no- representatividad de lo pintado, como desmintiendo la virtual veracidad de lo que se “dibuja” en claro contraste con el incremento de la espesura del color. Todo, luego, filtrado por el tamiz de la razón ejecutora.
En la pintura de Cristina Alabau, existen factores que aún siendo muy particulares, le conectan con alguna de las funciones de más actualidad de la escena artística internacional, lo que ha contribuido al citado precoz éxito y aceptación. Cuestiones en las que destacaría el tema englobable bajo el epígrafe de lo “espiritual” en el arte.
Esta espiritualidad sería cuestionable. ¿Se trata de una abstracción reduccionista, de mero geometrismo? ¿Qué se oculta tras esas formas sin referencia directa alguna y aparentemente frías? ¿A qué registros apela este tipo de obra? ¿Qué postura se puede adoptar para penetrar en ella y atisbar su complejidad y posibles evocaciones?
En conjunto se puede afirmar que la pintura de Cristina Alabau constituye un vehículo de trasmisión de referencias a algún mundo de orden simbólico y a situaciones escasamente proclives a ser desentrañadas a partir de parámetros físicos y pragmáticos.
Incluso la propia manera de delimitar las formas geometrizantes de sus cuadros parece situarlas en un orden más bien gravitatorio; mas vinculadas con posiciones que remiten a estructura de la alquimia de lo ancestral y casi de lo atávico, que a su estricta configuración material altamente abstracta.
Los recursos formales, por consiguiente, parecen devenir únicamente un medio que dota a la artista de un instrumento con el que trasmitir experiencias profundas. Por otro lado, tanto el proceso como el resultado global también se constituyen en una especie de singular sistema o método de conocimiento con el que afrontar la propia ambigüedad del espacio pictórico y las sugerencias vagamente orgánicas que de sus formas se desprenden en ocasiones.
En definitiva, como producto de una síntesis entre la depuración formal y lo emocional de los planteamientos, los trabajos de Alabau ocultan más que muestran. En ese sentido, profundidad e intensidad y un hálito de sutil poesía conforman la esencia de sus obras. Aunque matizando que su efectividad funciona, más por su sugerencia personal que por fehacientes conclusiones.
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Cristina Alabau
Espacios interiores
Mi trabajo me ha llevado a la búsqueda de un lenguaje propio, un mundo pictórico personal en el que los “personajes” abstractos habitan y ocupan el espacio del cuadro. Que la pintura solo sirva para dar vida a un mundo interior y que el cuadro sea el soporte físico de este mundo.
Hasta ahora, creo, he conseguido materializar pictóricamente este espacio. Me parece muy sugerente la opinión de Gaston Bachelard sobre el espacio: “El espacio captado por la imaginación no puede ser un espacio indiferente. Es un espacio vivido por la imaginación. Concentra ser en el interior”. Mis espacios, con sus personajes, también son retratos del espíritu, parte de mi imaginación, de mi mundo interior.
Este sentimiento está muy cercano a Rilke , cuando dice: “ Por todos los seres se despliega el espacio único, el espacio íntimo en el mundo”.
Darle su espacio poético a un objeto es darle más espacio que el que tiene objetivamente, o para decirlo mejor, es seguir la expansión de su espacio íntimo. En mis espacios he ido depurando los elementos meramente pictóricos y decorativos hasta llegar a concretar una estructura muy simple que es la que configura los cuadros: fondo, figura y líneas de tensión.
El fondo es siempre el elemento neutro e inerte sobre el que se sitúan las figuras. Por eso siempre está representado por colores neutros, fríos, que crean una atmosfera que envuelve las formas.
Las figuras representan lo vivo, de alguna manera lo humano. Por eso siempre se expresan con colores cálidos, rojo, naranja, ocre… Las figuras o formas son lo que llamo “personajes abstractos”. En realidad son el elemento principal y el motivo de mi interés actual.
Las líneas que unen las figuras y las ponen en contacto son los sentimientos, las emociones.
En cada cuadro pretendo encontrar una forma nueva, una composición diferente. El juego de las formas estructurales, está basado en la bipolaridad y la tensión espacial. Siempre hay dos elementos que se encuentran y desencuentran en un fondo que actúa como testigo de esa relación. Poco a poco he ido configurando un mundo que, por supuesto, considero aún incompleto y lo que pretendo en un futuro es ampliarlo y ordenarlo. Una vez definido el espacio pictórico, ahora se trata de poblarlo con “personajes”, pero por supuesto de personajes abstractos. Nunca la abstracción pretendería ser tan figurativa y al mismo tiempo tan puramente abstracta. Mi ideal sería conseguir un universo de personajes abstractos como la pintura de Miró. Pero fiel a la abstracción, supongo que en este sentido estoy más próxima a Kandisnsky que a Miró.
De una forma absolutamente intuitiva he ido avanzando desde una pintura más decorativa hacia una pintura más conceptual, acercándome progresivamente hacia ciertas formas abstractas que al mismo tiempo sugieren formas antropomorfas. ¿Cómo evocar lo humano con la abstracción?
En los últimos cuadros he buscado deliberadamente que las texturas del cuadro imiten la piel humana, que las líneas de tensión parezcan parte del aparato circulatorio del hombre. De lo humano no me interesa el aspecto anecdótico de su morfología ni de su apariencia exterior. Lo que pretendo es abstraer lo fundamental liberándolo de lo casual y accidental. En este sentido, esta búsqueda de lo trascendental e intrínseco del hombre puede compararse a la búsqueda, en el aspecto técnico del cuadro, de una depuración de elementos pictóricos, decorativos y superfluos. Por lo tanto, depuración en la técnica y en el concepto.
Configurar y definir una serie de personajes abstractos que sean capaces de dar cuenta de la dialéctica del hombre con el mundo. El elemento humano puesto en contradicción con los elementos que forman el universo que le rodea. Elementos como el agua, el aire, el fuego y la naturaleza en su expresión más abstracta.
Jugar con el espacio pictórico y con los elementos que en él actúan es, sin duda, más que un reto un divertimento, una necesidad y quién sabe si no una terapia.
La búsqueda del espacio interior es un proyecto que viene de largo. Es un proyecto de vida. La interiorización del espacio hasta convertirlo en sentimiento lírico.
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Juan José Estellés Ceba
Quién haya seguido la evolución de la pintura que viene realizando Cristina Alabau, desde sus primeras obras al terminar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Valencia, percibirá, sin duda, en los cuadros ahora expuestos, el grado de madurez alcanzado por la artista.
Desde aquél su primer período, en que la finalidad de su trabajo parecía ser densificar la superficie del cuadro, con un tratamiento concienzudo y sutil, que a la vez valorase la totalidad de su espacio, pasó , en etapa posterior, a ofrecernos unas composiciones en las que una figura incierta y a veces inquietante se adueñaba de la superficie pintada, relegada desde entonces a su cometido ritual de fondo.
A partir de esas experiencias, la composición de sus cuadros ha ido ganando en complejidad , al tiempo que las diversas figuras, que se reparten nuestra atención, han sido sometidas a un reflexivo proceso de depuración. Proceso que, si por una parte las ha ido despojando de residuos miméticos, aproximándolas a formas de geometría creciente, el nivel de abstracción a que hubiera dado lugar se ha controlado, caracterizándolas con un tratamiento expresivo y pormenorizado de la materia que las configura.
Estas figuras, protagonistas a partir de ahora del cuadro, se cargan de peso o flotan levemente, cierran el espacio, opacas, o lo velan apenas, superponiendo a veces su transparencia.
Sus relaciones compositivas, por último, se enriquecerán con la aparición de una red de líneas de tensión, suscitando entre las figuras a que nos estamos refiriendo la existencia de una trama, en potencia dramática.
En este proceso de mitificación de los contenidos del cuadro, Cristina Alabau pone en acción todo el conocimiento de la materia pictórica y de su tratamiento que, en etapas anteriores, pudo profundizar y afinar. Es el conocimiento que actualmente le permite alcanzar , con la máxima economía de medios, la riqueza de matices expresivos.
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Rafa Prats
El Orden y la Metáfora
Una vez más he de recurrir a Focillon. Y concretamente a una de sus afirmaciones más sugestivas en su aplicación al hecho artístico: “Las relaciones formales en una obra y entre las varias obras constituyen un orden, una metáfora del universo”.
¿ Que orden y que metáfora cabe observar en el reciente trabajo pictórico de Cristina Alabau?
Tal vez se trate de aquel ordenamiento al que aspiraba Paul Klee: “Si Ingres puso orden en la quietud, quisiera yo poner orden en el movimiento”.
Un orden que, al menos en el caso de Cristina Alabau, parece partir del subconsciente, realizando como realiza una pintura a beneficio del instinto, en busca de esa naturalidad que debe desear todo creador.
Porque Cristina Alabau procura enfrentarse al lienzo de una manera abierta, sin prejuiciosos bocetos, dispuesta a iniciar un dialogo libre con sus materiales, interesada en establecer sin limitaciones un intercambio de ideas con las formas y los colores, con el oído presto a atender las sugerencias que en el transcurso de la practica pictórica, se le van a presentar seguramente.
¿Y cómo es posible que, con este proceso de elaboración su pintura resulte tan ordenada, tan bien construida, lejos de cualquier radicalismo expresionista?
La naturalidad, en la pintura de Cristina Alabau, se nos muestra efectivamente ordenada; pero, a poco que se contemple, se hallará en ella una fuerza emocional que sabe imponer noblemente su presencia sobre la superficie de la tela, sin que la razón, con toda su potencia, se vea capaz de reducir: más bien se observa un respeto mutuo.
La metáfora de su pintura es otra historia. Una historia que se manifiesta por medio de una composición cerrada muy significativa, donde la dualidad de las formas dominantes y reiteradas – abstracción de imaginarios personajes y cordón umbilical de la serie – suele instalarse en espacios concretos delimitadores.
No se trata de personajes claramente opuestos, pero si diferenciados, generadores de una sutil oposición entre contrarios, equilibrando fuerzas, armonizando tensiones.
Estamos ante una metáfora íntima. Quizá la particular interpretación del mito platónico del carro alado. Quizá la personal versión del relato de Stevenson con el doctor Jekyll y mister Hyde en danza. La doble personalidad – o la mayor pluralidad de personalidades apuntada por Herman Hesse – que el individuo parece llevar dentro de sí.
Metáfora del universo, del universo interior, esa curiosa dimensionalidad de la que ya nos advirtió Protágoras, al situar al hombre como medida de todas las cosas. Dimensión que es punto de partida de la obra artística ( ¿no nos hallamos , a la postre, ante una metáfora de la propia pintura, del universo pictórico?), en tanto que solo contamos con nosotros mismos – y toda la circunstancia que se quiera añadir – como único punto de referencia.
Y así, desde esa base referencial, Cristina Alabau va desarrollando su propio lenguaje, cada vez más singular, intuido primero y reflexionado después, porque, como señalaba el mismo Klee, “para salir de mis ruinas tuve que volar”.
Un vuelo que nos devuelve a Cristina Alabau más libre, más natural y por consiguiente, más instintiva y racional a la vez.
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Román de la Calle
Los recursos de la materia
Curiosamente atraída, en sus estudios académicos, por las relaciones entre la música y la pintura, Cristina N. Alabau centra, no obstante, su actividad pictórica en torno a los rendimientos expresivos de la materia, lo que paralelamente se traduce, asimismo, en un persistente interés por la dimensión ejecutiva y manual que implica el recurso y la directa transformación de los diversos materiales en cada caso utilizados.
Este proyecto de investigación personal, que a sí misma se ha trazado, ha ido acrecentando paulatinamente su intensidad. Este decantamiento por comprobar, con insistencia, los resultados plásticos de la materia, aplicada tanto sobre soportes rígidos como sobre el lienzo, ha ido consolidándose de manera progresiva en sus exposiciones. Oleos, barnices, pasta de papel, polvo de mármol y acrílicos juegan a integrarse y a contrastar entre sí , sus propias texturas. Puede Cristina Alabau ser sutil o violenta en su lenguaje pictórico, espontanea o persistentemente minuciosa. Pero ese sustrato, directamente expresivo, que supone la inmediata presencia de lo matérico no es utilizado por ella para proyectar sobre la obra sus pulsiones gestuales. Diríase mas bien, que prefiere casi distanciarse en ese sentido – en la medida de lo posible – de los propios resultados.
En el insoslayable juego de adicciones y sustracciones que desarrolla C. Alabau , hay dos protagonistas que imponen su propia legalidad: la materia misma y los instrumentos, mediante los cuales se regula el proceso de su aplicación.
Ambos elementos son altamente significativos en este tipo de obras, y ambos resuelven como ingredientes determinantes de los virtuales resultados obtenidos de acuerdo con los procedimientos utilizados; la reserva de ciertas zonas frente a la preponderancia de otras en la composición, la eliminación -por raspado, escisiones o levantamientos- de partes concretas de la materia aplicada, el recurso a estrategias combinatorias de distintas sustancias y su desigual gradación, las diferentes superposiciones de capas de materia.
Todo ello, constituye globalmente, pues, un amplio repertorio de intervenciones, donde, tan importante puede ser la presencia o la eliminación de materiales, como las huellas que genera su aplicación u ocultamiento.
Obra y proceso se dan la mano en estas concepciones plásticas de Cristina Alabau , en las que los aspectos ”manuales” y “matéricos” son de hecho inseparables, dadas las específicas características que adquiere la “fisicidad” de su constitución. Y ese es el sustrato, eminentemente físico, de donde brota , en su caso, la fuerza expresiva de sus propuestas pictóricas .
No se trataría tanto de una convergencia o copresencia de valores plásticos y expresivos como de una coincidencia de ambos términos. No en vano nos recuerda con insistencia Luigi Pareyson que “nada hay en la obra de arte de tipo físico que no sea, de uno u otro modo, significado espiritual y expresivo, y nada de espiritualidad que no se resuelva en su escueta presencia física”.
Esos son, precisamente los secretos de la materia y de su interna y propia capacidad expresiva con los que pugna y lucha en sus composiciones Cristina Alabau.